No podemos permitir que en Chile se normalice que hombres y mujeres que solo buscan trabajar para sostener a sus familias, terminen siendo víctimas de la violencia armada. Este es un drama humano, que nos golpea a todos y ante el cual no quedamos indiferentes.
Hoy tenemos más de mil días de Estado de Excepción en la macrozona sur. La herramienta existe, pero claramente no está funcionando, ya que las policías y Fuerzas Armadas no cuentan con inteligencia o atribuciones suficientes para anticiparse a los hechos, y las comunidades rurales siguen desprotegidas, por lo que necesitamos decisiones con voluntad política real, que otorguen mayores facultades y recursos a Carabineros, al Ejército y a la PDI.
No es lo mismo controlar una protesta en la ciudad, que enfrentar a grupos armados que actúan con total impunidad en caminos rurales, aislados y extensos.
Las cifras son contundentes. Desde 2014, según datos de ACOFORAG, se han registrado 511 atentados incendiarios, afectando a más de 50 mil trabajadores, 1.825 equipos forestales y 501 empresas contratistas, con pérdidas que superan los 209 mil millones de pesos. Solo este año, 16 empresas ya han sido atacadas. Detrás de estos números hay familias aterradas, empleos destruidos y comunidades completas sometidas al miedo.